Purasangres en el ring

Las subastas de caballos de carreras hacen que los propietarios sepan cuándo y dónde pueden adquirir el ejemplar que buscan. A veces a precios astronómicos, pero siempre con el mismo fin: batir a sus oponentes, primero en el ring y luego en la pista.

La industria de las carreras de caballos depende de las subastas. Las carreras son su motor, pero en este universo del turf, deporte para unos, espectáculo para otros y competición para el resto, las subastas tienen su significado. Son las que ponen en el mercado los efectivos que competirán en las próximas carreras y las que elevan el termómetro del turf según el precio por el que se puja un ejemplar. Todo dependerá de su pedigrí y del interés del futuro propietario.
Las subastas pueden ser de yearlings, foals, caballos en o fuera de entrenamiento y yeguas de cría —llenas o vacías—. Las de mayor relevancia, y las más abundantes, son las de yearlings. Aquí se presentan los potros de un año, y se celebran en verano y en otoño, cuando está ya cercano el momento de incorporar al caballo al hipódromo. Las subastas de selección son aquellas en las que sólo son admitidos para su venta ejemplares con un pedigrí de primera categoría. Estos ejemplares son estudiados gracias a los catálogos que las empresas organizadoras de las subastas preparan para los compradores. En estos catálogos se localizan a los caballos en las cuadras para que sean visitados y revisados antes de la puja. La comprobación de la morfología del purasangre acaba por decidir en casi todos los casos su definitiva compra.

Entrar en la puja
Información, riesgo y decisión. Estas tres premisas impulsan al propietario a entrar en la puja por un caballo después de visto su físico y estudiado su pedigrí. El precio, si se quiere, de locura: en una subasta hay caballos que salen por 3.000 euros y otros que suben hasta los casi 7 millones de euros. De ahí que no haya una sola empresa o casa de subasta que garantice la mayor información y calidad de sus productos presentados a quienes asisten a la puja. Allí se dan cita algunos de los hombres más ricos y poderosos del planeta, que no regatean esfuerzos ni dineros para conseguir el mejor ejemplar que venza a sus rivales, primero dentro del ring y luego en la pista.
Los propietarios acuden a las más famosas subastas internacionales. Y éstas hay que encontrarlas en Gran Bretaña, Irlanda, Francia y Estados Unidos. Todos tienen en su agenda apuntadas las citas de Keeneland, Tattersalls, Doncaster, Goffs, Fasig-Tipton o Deauville. En ellas se venden los productos más caros del mundo, se organizan ventas diferenciadas por categorías y tipos, y acuden agentes llegados de todo el mundo.
El sistema de subastas no tiene misterio. El comienzo de la puja puede ser libre o puede estar establecido por un precio de salida determinado. Tanto en un caso como en el otro, el vendedor puede establecer lo que se llama un precio de reserva, de modo que si el remate del producto no lo alcanza, el caballo no se vende.

Los gigantes de las ventas
Keeneland es el gigante de las subastas. Su denso calendario se detiene el mes de septiembre para poner en venta durante 14 días a casi 5.000 yearlings de los mejores sementales que hay estabulados en Estados Unidos, Europa y las Antípodas. Aquí se barajan cifras mareantes, especialmente durante los primeros días, que es cuando se puede llegar a alcanzar 6,8 millones de dólares por un hijo de “Storm Cat”. Pero el precio tampoco en Keeneland no garantiza el éxito. Muchos yearlings pagados a precio de oro han tenido después un más que estrepitoso fracaso en las pistas, mientras que otros, que se han adquirido a precios más asequibles, se han destapado como excelentes corredores.
Pero el prestigio de las subastas no está está tan solo en Keeneland. Las ventas de Deauville, con más de 1.000 yearlings al año puestos a la venta por la Agence Françoise, y las ventas de Fasig-Tipton en Saratoga y Kentucky, son otras de las preferidas de cualquier propietario. Porque si algo tienen, es que hay mucho por dónde escoger. Como en las organizadas por la agencia Goofs France en Saint Cloud, alguna coincidente con el fin de semana del Arco de Triunfo, o bien las de la casa de subastas Tattersalls, con tres siglos a cuestas y una nómina de ejemplares, casi 10.000 caballos cada año, en el mejor de todos los escenarios: Newmarket. A las ocho ventas que se celebran en este “templo” ingles del caballo, se unen las que se celebran en su delegación irlandesa de Fairyhouse.


Marcan la diferencia
La venta de selección es lo más sobresaliente de las subastas. Exige un pedigrí de primera fila, hijos de auténticos sementales punteros y de madres ganadoras de primera categoría. Los yearlings que por allí desfilan garantizan las sangres más cotizadas del mundo.
Todos los que las buscan este tipo de subastas de selección saben que la más prestigiosa está en Keeneland. Aquí, en julio se ofrece lo mejor y más importante que puede ofrecer un vendedor: calidad, seriedad y la más rigurosa selección de los mejores yearlings. Por eso no es axtraño que en sus gradas acudan los Maktoum, Niarchos, Tabor-Magnier, Khaled Abdullah, Fahd Salman, Satish Sanan, etcétera.
Hay otra subasta diferenciada: la venta de dos años en entrenamiento o Breeze-Up. Un modelo de subasta que se inició en Doncaster (Inglaterra) y que fue rápidamenten copiado en Keeneland en el año 1993. Estas ventas tienen la ventaja de que el comprador invierte en un caballo con la capacidad de correr y no en un yearling pagado a precio de oro que no se sabe si algún día correrá. El requisito indispensable es que los potros no hayan debutado.
La mañana del día en que los lotes van a ser subastados, por obligación de las condiciones de subasta, los potros realizan un galope de entrenamiento de unos 500 metros, en solitario o emparejados, que añade además de los habituales criterios por físico y pedigrí, los de precocidad, velocidad y comportamiento del potro en el hipódromo.
Esta modalidad no ha pasado por alto en la mayoría de las casas europeas y americanas. Los resultados de las Breeze-U, con caballos que multiplican su precio de yearling por seis u ocho, y caballos que disminuyen el precio por el que se remataron de yearlins, animan a los propietarios a la caza del mejor galope.